Por
La
nación euroasiática ha diseñado y lleva adelante una estrategia que de
seguro la hará invulnerable a los apetitos occidentales, y más fuerte
desde todos los puntos de vista
Si se me permite comenzar por una conclusión
personal, diría que el mayor logro de la Rusia actual como país y del
presidente Vladimir Putin como estadista, es haber evitado una tercera
guerra mundial aun cuando las amenazas, sanciones, provocaciones y
cercos militares por parte de Occidente, pudieran conllevar a una
respuesta bélica.
Serenidad, seguridad y sabiduría se han dado la mano justo en momentos en que se ha pretendido doblegar a una nación que ya supo de conflagraciones anteriores, en las que millones de sus hijos perdieron la vida y pudo levantarse de las ruinas causadas por el fascismo.
Con evidente capacidad como estratega político y militar, Putin y su equipo de gobierno no solo han frenado el impulso occidental de llevar la pólvora hasta sus fronteras a través de una OTAN ávida de guerras, sino que han desarrollado el potencial militar del país con los más modernos medios y equipos y han campeado las sanciones, los bajos precios del petróleo y otras dificultades, sin grandes afectaciones sociales para su población.
Occidente ha apostado por debilitar a Rusia, hacerla fracasar en su desarrollo económico; ha estimulado inconformidades y ha exacerbado tendencias minoritarias en quienes jugaron siempre al oportunismo, unas veces con el disfraz de socialistas y otras con evidente añoranza capitalista.
Fueron tendencias que encontraron abono en los primeros años luego del derrumbe de la Unión Soviética y que, en algunos casos, no han sido arrancadas de raíz todavía.
Rusia, sin embargo, se ha fortalecido y desarrollado, y su población es beneficiada incuestionablemente. A su vez, el gran país ha ganado respeto y cariño internacionalmente, y no ha descuidado para nada su potencial militar que, unido al patriotismo, pueden hacer fracasar cualquier intento de acciones bélicas contra su territorio.
El acercamiento mayor a América Latina; el fortalecimiento de las relaciones con China; la colaboración en aumento con el resto de los países del Brics; la consecución de espacios económicos con naciones vecinas del Asia central, entre otros aspectos, han servido para afianzar su papel en la arena internacional.
También lo es su posición respecto al conflicto en Siria, que evitó males mayores cuando todo estaba decidido en Occidente para una agresión directa a esa nación árabe.
Sabido esto —¡y bien sabido!—, Occidente encontró en la vecina Ucrania, el campo propicio para provocar a Moscú. Allí se dio un golpe de estado preparado y financiado desde Washington y se aupó a grupos fascistas que han sembrado el odio y la muerte entre habitantes de una misma nación.
Estalló Ucrania y la población de las regiones más identificadas con Rusia por sus vínculos sanguíneos, idioma, cultura y hasta simpatías políticas, fundamentalmente en Donetsk, Górlovka y Lugansk, ha buscado en la vecina nación un espacio que le garantice protección y hasta territorio ruso han emigrado cientos de miles de ucranianos que huyen de los ataques emprendidos por un ejército pro occidental.
Rusia ha respondido con ayuda humanitaria millonaria trasladada hasta las poblaciones más vulnerables a las acciones militares y los cercos de las autoridades de Kiev.
También el gobierno ruso ha impulsado internacionalmente la realización de negociaciones entre las autoridades ucranianas y las de los territorios rebeldes controlados por milicias locales.
A la par con la guerra, los grandes medios de prensa han encabezado una campaña sin precedentes para culpar a Moscú de todo lo que ocurre en Ucrania, y los líderes occidentales han satanizado —y de qué manera— al presidente Putin, con el fin de debilitar su prestigio en ascenso dentro y fuera de su país. Dicho golpe tuvo el objetivo principal de convertir a Kiev en plataforma para instalar los misiles de la OTAN apuntando hacia Rusia.
A su vez, tanto Estados Unidos como la Unión Europea han aplicado un grupo de sanciones a Moscú, cuyo impacto acumulativo ha provocado afectaciones que van desde la caída de su moneda, el rublo, hasta la imposibilidad de acceder a modernas tecnologías para la explotación petrolera, y otras.
Súmese a esto, la depreciación del precio del petróleo —fundamental fuente de ingresos del país—acción provocada por la superproducción del crudo extraído por Estados Unidos usando el método de fractura hidráulica para sacar el gas esquisto existente en las rocas, costosa tecnología que provoca daños ecológicos.
De acuerdo con especialistas en el mercado internacional del petróleo, esta vez no fue la crisis financiera asiática la responsable del desplome de los precios del crudo, sino una acción orquestada desde Washington con la intención de convertir el petróleo en un arma para doblegar a Moscú.
Puede resumirse entonces que el tema Ucrania, las sanciones económicas y el desplome en los precios del petróleo, en su conjunto, son usados por Estados Unidos y Europa, con el único fin de desestabilizar a Rusia, y entonces, con el cerco de la OTAN y su escudo antimisiles, hacerla presa fácil en una posible confrontación.
Pero Moscú no solo resiste todo ese andamiaje occidental, sino que ha diseñado y lleva adelante una estrategia que de seguro la hará invulnerable a los apetitos occidentales, y más fuerte desde todos los puntos de vista.
Su presidente, Vladimir Putin, al timón de este gran país, cuenta con un pueblo patriota que lo apoya. De eso dan fe las últimas encuestas en las que el mandatario tiene una aceptación superior del 80% de los ciudadanos.
Únase a este apoyo interno, la elevada simpatía que tiene en la esfera internacional y los pasos dados que crean una fortaleza económica, militar y ciudadana, que convierte a Rusia en una nación de presente y de futuro.
Fuente: Granma
Serenidad, seguridad y sabiduría se han dado la mano justo en momentos en que se ha pretendido doblegar a una nación que ya supo de conflagraciones anteriores, en las que millones de sus hijos perdieron la vida y pudo levantarse de las ruinas causadas por el fascismo.
Con evidente capacidad como estratega político y militar, Putin y su equipo de gobierno no solo han frenado el impulso occidental de llevar la pólvora hasta sus fronteras a través de una OTAN ávida de guerras, sino que han desarrollado el potencial militar del país con los más modernos medios y equipos y han campeado las sanciones, los bajos precios del petróleo y otras dificultades, sin grandes afectaciones sociales para su población.
Occidente ha apostado por debilitar a Rusia, hacerla fracasar en su desarrollo económico; ha estimulado inconformidades y ha exacerbado tendencias minoritarias en quienes jugaron siempre al oportunismo, unas veces con el disfraz de socialistas y otras con evidente añoranza capitalista.
Fueron tendencias que encontraron abono en los primeros años luego del derrumbe de la Unión Soviética y que, en algunos casos, no han sido arrancadas de raíz todavía.
Rusia, sin embargo, se ha fortalecido y desarrollado, y su población es beneficiada incuestionablemente. A su vez, el gran país ha ganado respeto y cariño internacionalmente, y no ha descuidado para nada su potencial militar que, unido al patriotismo, pueden hacer fracasar cualquier intento de acciones bélicas contra su territorio.
El acercamiento mayor a América Latina; el fortalecimiento de las relaciones con China; la colaboración en aumento con el resto de los países del Brics; la consecución de espacios económicos con naciones vecinas del Asia central, entre otros aspectos, han servido para afianzar su papel en la arena internacional.
También lo es su posición respecto al conflicto en Siria, que evitó males mayores cuando todo estaba decidido en Occidente para una agresión directa a esa nación árabe.
Sabido esto —¡y bien sabido!—, Occidente encontró en la vecina Ucrania, el campo propicio para provocar a Moscú. Allí se dio un golpe de estado preparado y financiado desde Washington y se aupó a grupos fascistas que han sembrado el odio y la muerte entre habitantes de una misma nación.
Estalló Ucrania y la población de las regiones más identificadas con Rusia por sus vínculos sanguíneos, idioma, cultura y hasta simpatías políticas, fundamentalmente en Donetsk, Górlovka y Lugansk, ha buscado en la vecina nación un espacio que le garantice protección y hasta territorio ruso han emigrado cientos de miles de ucranianos que huyen de los ataques emprendidos por un ejército pro occidental.
Rusia ha respondido con ayuda humanitaria millonaria trasladada hasta las poblaciones más vulnerables a las acciones militares y los cercos de las autoridades de Kiev.
También el gobierno ruso ha impulsado internacionalmente la realización de negociaciones entre las autoridades ucranianas y las de los territorios rebeldes controlados por milicias locales.
A la par con la guerra, los grandes medios de prensa han encabezado una campaña sin precedentes para culpar a Moscú de todo lo que ocurre en Ucrania, y los líderes occidentales han satanizado —y de qué manera— al presidente Putin, con el fin de debilitar su prestigio en ascenso dentro y fuera de su país. Dicho golpe tuvo el objetivo principal de convertir a Kiev en plataforma para instalar los misiles de la OTAN apuntando hacia Rusia.
A su vez, tanto Estados Unidos como la Unión Europea han aplicado un grupo de sanciones a Moscú, cuyo impacto acumulativo ha provocado afectaciones que van desde la caída de su moneda, el rublo, hasta la imposibilidad de acceder a modernas tecnologías para la explotación petrolera, y otras.
Súmese a esto, la depreciación del precio del petróleo —fundamental fuente de ingresos del país—acción provocada por la superproducción del crudo extraído por Estados Unidos usando el método de fractura hidráulica para sacar el gas esquisto existente en las rocas, costosa tecnología que provoca daños ecológicos.
De acuerdo con especialistas en el mercado internacional del petróleo, esta vez no fue la crisis financiera asiática la responsable del desplome de los precios del crudo, sino una acción orquestada desde Washington con la intención de convertir el petróleo en un arma para doblegar a Moscú.
Puede resumirse entonces que el tema Ucrania, las sanciones económicas y el desplome en los precios del petróleo, en su conjunto, son usados por Estados Unidos y Europa, con el único fin de desestabilizar a Rusia, y entonces, con el cerco de la OTAN y su escudo antimisiles, hacerla presa fácil en una posible confrontación.
Pero Moscú no solo resiste todo ese andamiaje occidental, sino que ha diseñado y lleva adelante una estrategia que de seguro la hará invulnerable a los apetitos occidentales, y más fuerte desde todos los puntos de vista.
Su presidente, Vladimir Putin, al timón de este gran país, cuenta con un pueblo patriota que lo apoya. De eso dan fe las últimas encuestas en las que el mandatario tiene una aceptación superior del 80% de los ciudadanos.
Únase a este apoyo interno, la elevada simpatía que tiene en la esfera internacional y los pasos dados que crean una fortaleza económica, militar y ciudadana, que convierte a Rusia en una nación de presente y de futuro.
Fuente: Granma