«–¿Hay muchos fascistas en tu país?El 22 de febrero de 2014, pasaron a la acción los activistas y los matones de Euromaidan. Recurriendo a la violencia armada, infringiendo todas las disposiciones constitucionales, violando las leyes internacionales y pisoteando los valores europeos, perpetraron un golpe de Estado neonazi. Con tal de hacer prevalecer los intereses geopolíticos de Occidente, Washington y Bruselas –que tanto proclamaron al mundo entero que Euromaidan era la expresión pacífica de las aspiraciones del pueblo ucraniano– fomentaron un golpe de Estado nazi, cuya realización se vio grandemente facilitada por la cobardía de Viktor Yanukovich y su gobierno.
–Hay muchos que lo son y no lo saben.
Pero se darán cuenta cuando llegue el momento»
Ernest Hemingway, Por quién doblan las campanas
Después de la conclusión oficial en Kiev –el viernes– de un acuerdo para salir de la crisis desprovisto de toda credibilidad, la situación en el país escapó rápidamente al control de los firmantes y sus «testigos». No se aplicó ninguna de las clausulas del acuerdo. Los representantes del poder legal huyeron al extranjero, o trataron de hacerlo. En Kiev, los amotinados tomaron por asalto los edificios oficiales. Y son los elementos más radicales los que imponen sus reglas a los «jefes de pacotilla», que tratan desesperadamente de tomar las riendas de Maidan.
Lo sucedido en Ucrania el 22 de febrero de 2014 no es otra cosa que un golpe de Estado, ejecutado por grupos radicales armados, anarquistas y nazis que han gozado, durante las dos últimas décadas, de apoyo militar y diplomático, y hasta de la ayuda de la religión para el alivio espiritual y la exhortación al combate. Numerosas ciudades de Ucrania están siendo escenario de escenas de saqueo, de agresiones, de actos de violencia y de represión política desatados por los amotinados y se hunden en el caos.
Rápidamente aparecieron los indicios que permitían presagiar el caos a través de las dilaciones de las autoridades ucranianas durante los 3 meses de asedio que impusieron a Kiev las brigadas de elementos radicales que llegaron de la región de Galitzia para desatar la guerrilla urbana, con la cooperación de bandas de delincuentes. Los representantes del Estado permanecieron mudos mientras las hordas de fanáticos quemaban vivos a agentes desarmados de las fuerzas antimotines (Berkuts) o los molían a golpes y les sacaban los ojos. Nada hicieron por detener a los rabiosos «combatientes de la libertad» que tomaban por asalto los centros administrativos de las regiones, humillaban a las autoridades locales, saqueaban los arsenales de la policía y del ejército en el oeste del país. No movieron un dedo cuando francotiradores no identificados, apostados en lo alto de los edificios de Kiev, asesinaban fría e indiscriminadamente a policías, manifestantes y todo el que pasaba por allí. Llegaron incluso a proclamar una amnistía, y luego otra más, a favor de quienes se habían hecho culpables de actos de violencia criminal contra los policías y de gravísimas violaciones del orden público.
Con esa actitud, el régimen de Yanukovich abrió él mismo las puertas de Ucrania al amenazador espectro del desmantelamiento y de los desastres que aparecieron con la guerra contra Libia.
¿Son los grupos que desataron esa guerra urbana la expresión de un movimiento popular responsable de su organización y su discurso? Nada más lejos de la realidad.
Desde el derrumbe de la Unión Soviética, los lobbies internacionales han dedicado miles de millones de dólares a incentivar asociaciones y políticos ucranianos comprados para la «causa de la democracia». Cuando estimulaban a los ucranianos «a volverse resueltamente hacia Europa y sus valores democráticos», lo hacían a pesar de que sabían perfectamente de la imposibilidad histórica de alcanzar a corto plazo el evidente objetivo final de la política global que los occidentales están aplicando hacia el este: convertir a Ucrania en enemiga de Rusia. Por eso han apostado por los grupos nacionalistas extremistas y por la Iglesia uniata [1] (iglesia greco-católica de rito oriental creada por la Santa Sede en el siglo XVI) en un intento desesperado por sabotear los estrechos lazos de los cristianos ortodoxos con Moscú, vínculos heredados de la difunta República de las Dos Naciones (Rzeczpospolita) [2].
Desde 1990, los uniatos gozaron del discreto respaldo de las nuevas autoridades de Kiev. La táctica adoptada para debilitar la influencia de Rusia fue la ocupación por la fuerza de las iglesias ortodoxas oficialmente vinculadas al Patriarcado de Moscú. Predicar la penitencia y la paz está muy lejos de ser lo que se hizo en las iglesias así asaltadas y ocupadas por los uniatos durante todos estos años. Se lanzaron, por el contrario, llamados a una cruzada contra los ortodoxos, estimulando y justificando las agresiones de carácter racial e incluso los asesinatos.
¿Existe entonces alguna diferencia con las arengas de los predicadores yihadistas radicales que se justifican descaradamente invocando el islam? Para saberlo basta con asistir a uno de los sermones de Mijailo Arsenich, cura de la iglesia uniata de la región de Ivano-Frankovsk y oír su prédica:
«Ahora estamos listos para la revolución. ¡Los únicos métodos eficaces de combate son el asesinato y el terror! Queremos estar seguros de que mañana no venga un solo chino, ni un negro, ni un judío ni un moscovita a confiscarnos nuestra tierra.»Los resultados de ese adoctrinamiento no se hicieron esperar. En 2004 se abrieron varios centros de entrenamiento de la OTAN, en los territorios de los países del Báltico, para entrenar a los militantes nacionalistas extremistas ucranianos. El lector puede consultar aquí un reportaje fotográfico (textos originales en ruso), realizado en 2006, sobre un curso de técnicas de acción subversiva seguido por un grupo ucraniano en un centro de entrenamiento de la OTAN en Estonia.
- Alexander Muzychko. Hoy, en Kiev, y en 1994, en Chechenia.
Uno de los más abyectos combatientes de Chechenia, Alexander Muzychko (también conocido como jefe de una pandilla de delincuentes que encabezó bajo el nombre de «Sasha Biliy»), dirige hoy en día una de las brigadas del «Pravyi Sector» [4], el grupo radical que más a la vista estuvo en la organización del golpe de Estado de Kiev.
Según su biografía oficial (ver aquí el vínculo en ruso), Alexander Muzychko recibió en 1994 la Orden de Héroe de la Nación, concedida por Djokhar Dudaev, quien por entonces comandaba los terroristas chechenos en el enclave de Ichkeria [5], en reconocimiento por «sus brillantes victorias militares contra las tropas rusas». Sus talentos militares eran muy especiales: montaba operaciones de guerrilla, atrayendo a sus emboscadas las unidades rusas que operaban en zonas apartadas de Chechenia, y después participaba personalmente en la tortura y decapitación de los soldados rusos que lograba capturar. Al regresar a Ucrania, en 1995, se puso a la cabeza de una pandilla de criminales en Rovno. Fue finalmente juzgado y condenado a 8 años de cárcel por el secuestro y asesinato de un hombre de negocios ucraniano. Se dedicó a la política desde que salió de la cárcel, a finales de los años 2000.
Al terminar las guerras de Chechenia y los Balcanes, los contratistas que realizaban operaciones militares por cuenta de Estados Unidos y Gran Bretaña se acostumbraron a reclutar mercenarios ucranianos para llevar a cabo sus operaciones en Afganistán, Irak y Siria, entre otros países. El escándalo que estalló en Gran Bretaña alrededor de las actividades en Siria de una de esas empresas, Britam Defense [6], sacó a la luz la utilización de combatientes clandestinos reclutados en Ucrania para la realización de acciones encubiertas a favor de los objetivos políticos de los occidentales en el Medio Oriente. Muchos de aquellos elementos fueron enviados a Kiev para realizar allí el tipo de trabajo que ya saben hacer y por el que se les paga: disparar simultáneamente contra policías y manifestantes en la plaza Maidan desde los techos de los edificios colindantes.
Los verdaderos dirigentes del movimiento de protesta ucraniano se expresaron repetidamente en la prensa europea, revelando sin la menor ambigüedad sus concepciones radicales. En ese sentido, resulta muy útil la lectura de la entrevista de Dimitri Yarosh, el líder del ya mencionado Pravyi Sector, y de diversos ecos publicados sobre el mismo tema en el diario británico The Guardian, fácilmente consultables aquí y aquí.
Esos son los individuos con los que los políticos europeos se disponen a cooperar. Son esos los fanáticos que actualmente detentan el poder en Kiev. Aún antes de que se secara la tinta de las firmas, estos individuos ya estaban pisoteando los acuerdos firmados el viernes por 4 «dirigentes» ucranianos y 3 representantes oficiales de la Unión Europea. La forma en que se comportaron con Yulia Timochenko, luego del patético discurso que esta pronunció en la noche del sábado en Maidan, mostró claramente que ellos tenían en sus manos su posible entronización como jefe del fallido Estado ucraniano.
Los pedidos de respaldo financiero lanzados a la Unión Europea y al FMI y la escucha que han obtenido hacen pensar que se ha decidido comprar la docilidad de los nacionalistas extremistas por el tiempo que dure el periodo de transición. Es evidente que la tolerancia de los occidentales hacia los sublevados radicales de Kiev en nada difiere de la complicidad de estadounidenses y británicos con la llegada de Hitler al poder, en 1933, y con el posterior advenimiento del III Reich.
Pero se engañan los mandarines occidentales si creen poder controlar políticamente el proyecto neonazi ucraniano que ellos mismos amamantaron y lograr utilizarlo contra Rusia. Cuando la ola nazi, ahora envalentonada por sus éxitos en Kiev, se vea ante la resistencia, la contraofensiva y la respuesta de los ucranianos del este y del sur, acabará desbordando las fronteras e irrumpiendo en el decadente paisaje político europeo, donde varios nazis y hooligans ya constituyen actualmente un importante elemento desestabilizador. Los vínculos que mantienen esas bandas con los grupos islamistas radicales que ya se mueven en las sombras en territorio europeo probablemente no contribuirán a aclarar un horizonte ya bastante inquietante.
¿Es ese el precio que los europeos están dispuestos a pagar para meter a sus vecinos del este en «la gran familia de las naciones civilizadas»? Fuente: Red Voltaire / Oriental Review