Por Iñigo Sáenz de Ugarte | Guerra eterna – El Diario | 8 septiembre 2015
Turquía, Arabia Saudí y Qatar han sido los países de Oriente Medio que más ayuda han prestado a los insurgentes sirios. En 2014 el Financial Times hizo una estimación de los fondos concedidos por Qatar, que se elevaba a 3.000 millones de dólares. No sería extraño que en el caso de Arabia Saudí la cifra esté a ese nivel o incluso superior.
Son por tanto contribuyentes netos a una guerra que se prolonga desde 2011 y que ha destruido gran parte del país. Turquía ha tenido que recibir a casi dos millones de refugiados, ¿pero cuántos han acogido los saudíes y los demás países del Golfo Pérsico? Según un comunicado de Amnistía Internacional que ha tenido una amplia difusión, Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Bahréin se han ofrecido a albergar a cero refugiados. No es la primera vez que Amnistía lo denuncia. Ya lo hizo a finales del año pasado.
De entrada, no debería extrañar a nadie. Son países que no han firmado la Convención de Refugiados de 1951 (en la región el único que lo ha hecho es Yemen), cuentan con una numerosa población de trabajadores extranjeros que carecen de los más elementales derechos laborales, y su prioridad en relación a Siria empieza y termina en acabar con el régimen de Asad por ser un estrecho aliado de Irán.
Los extranjeros son vistos con desconfianza en estos países. Se ocupan de los empleos que los locales no quieren asumir y nunca tendrán derecho a conseguir la ciudadanía. En décadas anteriores, países como Arabia Saudí, Kuwait o los Emiratos acogieron a miles de inmigrantes, entre los que había muchos profesores, abogados e ingenieros egipcios, palestinos o sirios con ideas cercanas a los Hermanos Musulmanes. Tuvieron una influencia importante en la sociedad que los gobernantes de estas teocracias feudales terminaron considerando peligrosa. Hay un tipo de xenofobia que por razones políticas o religiosas está muy extendida en esos estados.
Con respecto a la preocupación por la población civil en tiempo de guerra, lo que mejor les define, por utilizar un caso reciente, es la intervención militar de Arabia Saudí y Emiratos en la guerra de Yemen, a la que ahora se ha unido Qatar con un millar de soldados de infantería. La campaña de bombardeos contra las milicias huzíes (chiíes), iniciada en marzo, ha incluido ataques indiscriminados contra zonas civiles con decenas de muertos en varios de ellos. Hospitales, escuelas y mezquitas han sido destruidos.
Que no haya refugiados reconocidos como tales en los países del Golfo Pérsico no significa que no haya ahora mismo sirios viviendo allí. Es muy probable que sirios con dinero y contactos (a los que llaman “refugiados cinco estrellas”) hayan conseguido visados temporales en el Golfo, sobre todo si ya había familiares suyos que pudieran firmar por ellos. Otros han terminado allí huyendo de la guerra. ¿Cuántos? Es difícil saberlo.
Al surgir la polémica en los últimos días, los gobiernos del Golfo y los medios que financian se han apresurado a afirmar que no hay tal falta de solidaridad. Un profesor de Ciencias Políticas de los Emiratos afirma en un artículo en el NYT que en ese país hay 160.000 sirios. No hay pruebas de eso. El embajador saudí en Londres alega que han acogido a un millón, una afirmación no ya difícil de creer, sino ridícula.
Como explica este artículo, sí hay sirios trabajando en esos países, algunos desde antes de la guerra, pero la corrupción del sistema y el secretismo oficial impiden saber cuántos son. El sistema de “patrocinio” de los inmigrantes (sólo pueden viajar con un contrato concedido por una empresa o agencia de colocación) fomenta que en la práctica esté muy extendido el soborno: los trabajadores pagan una cantidad por un visado que no les garantiza un puesto de trabajo legal, y sí ser explotados.
Al contrario que en Europa, los países del Golfo no tienen problemas en recibir a los que podríamos llamar “inmigrantes económicos” para ocupar ciertos puestos en la economía local, pero no a refugiados que aspiran a iniciar una nueva vida y que quizá nunca puedan volver a su país. Los últimos tendrían derechos que los gobiernos no están dispuestos a conceder.
ACNUR sólo tiene registrados 417 refugiados en los Emiratos. O 561 en Arabia Saudí.
Lo que sí hacen estos países es tirar de talonario. Kuwait es el tercer máximo donante mundial en el fondo de ayuda a los refugiados sirios organizado por la ONU (datos a 8 de septiembre). Ha entregado 304 millones de dólares, aunque prometió aportar 219 millones más. Los Emiratos han desembolsado 29,9 millones y Arabia Saudí, 18,3 (en ese listado España aparece con 4,3 millones). Los Emiratos financian la asistencia a un campo de refugiados en Jordania en el que hay 4.000 refugiados. Son cifras relevantes, pero en absoluto suficientes para afrontar estas gigantescas necesidades. Ha ocurrido varias veces que las agencias de la ONU han tenido que recortar la ración diaria de alimentos que dan a muchos refugiados en zonas de Turquía o Líbano porque no cuentan con los fondos suficientes.
Por tanto, sí hay sirios viviendo ahora en países del Golfo Pérsico, pero el número de refugiados reconocidos como tales se acerca a cero. Acoger a personas que huyen de una guerra no es sólo un acto de caridad, sino una obligación legal según los tratados internacionales suscritos por la mayoría de países del mundo. Esos acuerdos exigen reconocer ciertos derechos a los refugiados, y eso es algo que las dictaduras del Golfo no están dispuestas a admitir.
Fuente: Iniciativa Debate.org