Por Luis Rivas
El EI no solo se apunta victorias militares en Siria e Irak, sino que con el «arma sicológica de los refugiados» ha conseguido desestabilizar a paises que considera enemigos.
«Enviaremos a Europa 500.000 refugiados». Se cumplen apenas seis meses de la amenaza del Estado Islámico (EI) a las capitales del Viejo Continente. En aquel momento Daesch, como es conocido en árabe el EI, advertía contra una eventual intervención militar en Libia.
Durante el pasado verano, otras fuentes de la inteligencia de algunos paises europeos, en algunos casos a cara decubierta, en otros sin citar detalles, advertían también del riesgo de infiltración de yihadistas entre los cientos de miles de refugiados que huyen de Siria, Iraq o Afganistán, principalmente.
En Noruega, en Grecia o en Bulgaria han sido detenidos presuntos miembros del Estado Islámico y otros grupos yihadistas, que intentaban pasar inadvertidos entre el flujo de desplazados aspirantes al estatuto de refugiado político.
En la cadena de radio británica BBC5, un asesor del gobierno libio, traficante de armas y ex combatiente anti-Gadafi, Adul Basit Harun, aseguraba el pasado domingo que buena parte del negocio de los traficantes de refugiados está controlado por el EI, tanto en Libia como en Turquía. Algunos hablan incluso de 4.000 combatientes trasladados a Europa entre la masa de inocentes que ya han llegado en los últimos meses.
La crisis de los refugiados está siendo utilizada por mútiples centros para difundir informaciones interesadas en diversos fines y hay que acoger con precaución esta avalancha informativa que acompaña al éxodo de emigrantes.
Propaganda y populismo
Para algunos, este tipo de información formaría parte de la propaganda del propio EI. Otros consideran que extender el miedo entre los europeos, ligando a los yihadistas con los refugiados, es una estrategia del populismo de derechas, que se opone a la regularización masiva de extranjeros, especialmente si son musulmanes.
Teniendo en cuentas todas las prevenciones, sería ingenuo por otra parte pensar que atravesar Siria o Libia hasta la salida de estos territorios se puede hacer de la mano de organizaciones de traficantes «independientes» del EI o grupos islámistas afines. Sin que ello represente una prueba definitiva, el máximo responsable de Frontex, el organismo de la Unión Europea encargado de hacer de policía de las fronteras comunitarias, denunciaba a principios de mes el creciente tráfico de pasaportes falsos sirios. Una actividad que representantes del EI ya habían anunciado hacía meses.
Los principales especialistas europeos en yihadismo, o al menos los que siempre aparecen invitados en los debates, aseguran que el EI no necesita exportar yihadistas, ya que su principal vivero está entre los propios ciudadanos de Europa. Los mismos analistas desgranan después las cifras de europeos con pasaporte francés, belga o alemán que han viajado a Siria o Irak para formarse como soldados del Islam y actuar en sus paises de origen.
Disfrazados de refugiados
El problema es que, como pasa en la lucha contra los traficantes de cualquier género, las autoridades europeas y buena parte de sus «especialistas» siempre están un paso por detrás de la estrategia de los enemigos que dicen perseguir. Afirmar que Europa cuenta ya con suficiente cantera de asesinos y kamikaces fanatizados no es suficiente argumento para cerrar los ojos a otras vía de infiltración en el territorio comunitario que, además, el EI anuncia desde hace años.
Si los responsables de la inteligencia de los países europeos saben contabilizar a sus enemigos internos y, en teoría, controlarlos, nada impide al EI enviar nuevas remesas de militantes no fichados, disimulados entre los verdaderos protagonistas del éxodo.
Sin necesidad de ofrecer pruebas al respecto, nadie puede negar que la avalancha de refugiados que escapa del infierno bajo la protección europea es una victoria del Estado Islámico en su guerra contra la «Europa infiel y corrompida». El EI no solo se apunta victorias militares en Siria e Irak, sino que con el «arma sicológica de los refugiados» — como sus propios líderes dicen — ha conseguido desestabilizar a países que considera enemigos, como Líbano, Jordania o Turquía.
Europa ha querido esquivar sus responsabilidades en la región y ocultar la ausencia de una gestión exterior coherente en la zona. Pero la política interna de los 28 países del club comunitario y su seriedad como institución ya están seriamente afectadas por el asunto de los desplazados. No todos los países de la UE están de acuerdo en acoger al número de refugiados que les ordene Berlín o París. No todos los ciudadanos de ciertos países ven con buenos ojos la llegada de miles de ciudadanos de confesión musulmana. Hacer la vista gorda u oidos sordos alimenta mucho más el populismo que lo que los habituales preceptores de la moral denuncian.
Francia y Reino Unido, país este segundo que no forma parte del tratado Schengen de libre circulación de ciudadanos dentro de la UE, anuncian ahora que para poner fin al asunto de los refugiados hay que atacar al EI en territorio sirio. Por el momento, eso sí, nada de enviar tropas al terreno. Ningún político quiere jugarse la elección o reelección con la llegada televisada en directo de cadáveres de compatriotas-soldados, así que los ataques se llevarán a cabo desde el cielo.
Cooperar con Moscú: el dilema europeo
Curiosamente, la información coincide en el tiempo con los rumores lanzados por algunos medios sobre la inminente implicación de la aviación rusa también contra las posiciones del EI en Siria. Moscú ha desmentido, de momento. Sea como fuere, la situación pone en evidencia la necesidad de coordinarse contra un enemigo común. Los europeos saben que la colaboración con Moscú les hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza y de monedero en Oriente Medio (Próximo Oriente, para ellos).
Algunos gobiernos europeos han convertido al presidente sirio en el principal monstruo del Siglo XXI. Si hubiera una clasificación internacional objetiva de regímenes no recomendables, esos mismos gobiernos deberían sentirse avergonzados de vender armas u otros productos a países que prohiben la democracia a sus propios ciudadanos, que mantienen a las mujeres como personas de segunda categoría o que aniquilan por las armas a sus propias minorías. Esos mismos gobernantes que no dudan en seguir acogiendo en sus palacios a sátrapas de todos los continentes, se niegan a negociar con Asad para poner fin al salvajismo del EI.
Dejar a Rusia fuera de un arreglo político en Siria parece no solo arriesgado, sino que ya ha demostrado ser improductivo. Siguiendo los pasos de Estados Unidos y empujados por una reacción provocada por medios de información interesados, como todos, las principales potencias europeas utilizan el conflicto en Ucrania para mantener una postura de supuesta firmeza ante Rusia. En muchas capitales, especialmente en París, aumentan las voces que piden al gobierno reaunudar la colaboración con Rusia, entre otras cosas, para poner fin al drama sirio. El presidente francés, François Hollande, pareció dar alguna señal en ese sentido cuando afirmó este lunes ante la prensa nacional e internacional basada en París que «abogaría por el levantamientos de sanciones a Moscú» si los acuerdos de Minsk se cumplen, especialmente en los referente al acuerdo sobre la autonomía de las regiones del este ucraniano.
La crisis siria no tiene fácil solución sin la participación de Rusia e Irán. Con Teherán, las principales potencias internacionales «enemigas» ya han llegado a un acuerdo. Las diferencias que oponían a capitales occidentales con la República Islámica parecían insalvables. Mucho más que las que enfrentan a esas mismas capitales con Moscú.
Fuente: Sputnik