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martes, 4 de agosto de 2015

Francia-Irán: entre las posturas políticas y los intereses económicos

Por Luís Rivas

El acuerdo sobre el control del programa nuclear iraní estaba preparado para la firma después de 10 años de negociaciones. Pero cuando todas las partes respiraban ya convencidos de haber encontrado la fórmula final, el responsable de Exteriores de Francia se convirtió en Mister Niet.

Laurent  Fabius jugó el papel de la intransigencia y quiso destacarse como el gran quisquilloso ante el régimen iraní. Hasta el eterno enemigo norteamericano de Teherán, Estados Unidos, se sorprendía de la postura de París.

Pero pronto la veleidad de disfrazarse de duro dió paso al pragmatismo. Los empresarios franceses hicieron sonar las alarmas y urgieron al Presidente François Hollande a dejarse de «posturas» para no quedarse descolgados de la brutal competencia internacional que se abría ya para conquistar un mercado de 80 millones de consumidores.

Pocos días después de la firma del acuerdo, el 14 de julio, Fabius emprendía un viaje a la capital iraní para restablecer entuertos y aportar la lista de productos que Francia puede colocar en el mercado persa. Los sectores más conservadores del régimen de los «mullás» emprendieron una campaña de desprestigio contra el jefe de la diplomacia francesa. Su pertenencia a la comunidad judía de Francia y el escándalo de la sangre contaminada (1984-86) cuando ejerció como joven primer ministro de François Mitterand, fueron los dos principales ataques lanzados contra su persona. En 1984 Francia importó productos sanguíneos que estaban infectada por el virus del sida. La sangre fue exportada después de haber sido prohibida en Francia. Varios iraníes murieron también contaminados. Además, se denunció la desaparición de 87 millones de francos de la época en la transacción. Fabius arrastra desde entonces ese nubarrón en su currículo.

Pero las relaciones Francia-Irán no depeden solo de una persona. París se ha señalado en los últimos meses como el aliado europeo más cercano del régimen de Arabia Saudí, la principal potencia suní de Oriente Medio, en guerra sin piedad contra la otra rama del Islam, la chií, cuyo líder regional no es otro que Irán. A pesar de las denuncias de asociaciones de derechos humanos contra el régimen saudí, París corteja a Ryad como uno de sus principales  clientes del armamento «Made in France». Otra de las potencias regionales suníes, en este caso de territorio más reducido pero igualmente rico, Qatar, es otro de los principales socios comerciales de Francia, donde se ha hecho, a base de gasodólares, con las principales enseñas hoteleras de la capital, otros edificios de intetrés, ha tomado participaciones en empresas locales,  y es dueño del club de fútbol de la capital y de la principal cadena deportiva de televisión.

Arabia Saudí y Qatar son acusados de financiar al yihadismo que ensangrienta la región y que golpea cuando puede fuera de su zona de influencia.  Arabia Saudí e Irán se enfrentan sobre el terreno mediante grupos afines en Siria (Teherán es uno de los pocos aliados de Bachar Al Assad), Líbano, Irak, Yemen o Bahrein, entre otros…

Francia, necesitada de mercados donde colocar su armamento, centrales nucleares y otros productos menos rentables, debe borrar, también, en  su acercamiento a Irán las cicatrices políticas del pasado: París se alió con el Irak de Sadam Hussein, frente al Irán de Ruhollah Jomeini en la guerra que enfrentó a los dos vecinos-enemigos (1980-88). Las tropas francesa desplegadas en Líbano fueron duramente atacadas en atentados atribuiudos al aliado local de Irán, Hezbolá, en 1983.

En este contexto, un jefe de la diplomacia francesa visitaba Teherán por primera vez en 17 años. El Presidente Hollande había explicado a los periodistas que estaría atento a los gestos de las autoridades iraníes que iban a recibir a Fabius, para medir el grado de enojo de Irán. Por lo que las imágenes de televisión y las fotos han demostrado, los iraníes se esforzaron en demostrar que recibían a su visitante como a un huésped importante. Las sonrisas y las palmadas en la espalda fueron bien estudiadas para disipar ante la prensa cualquier duda sobre las relaciones entre los dos paises.

Según los comunicados oficiales, que siempre maquillan lo que verdaderamente interesa, Francia e Irán se comprometen a cooperar en el terreno político, económico y cultural. Irán necesita reconstruir su economía, tras los sucesivos embargos y sanciones que ha sufrido desde 2006 y que fueron endurecidos en 2012. Francia necesita vender sus mercancías para frenar su deterioro económico, el aumento del desempleo y, como consecuencia para los socialistas en el poder, intentar el milagro: la relección presidencial en 2017.

Diplomacia y doble moral

La diplomacia económica se impone pues  a la tan cacareada diplomacia de principios morales de la que Francia se vanagloria desde hace décadas. Las necesidades económicas y político-electorales pasan por encima de cualquier consideración.  Las organizaciones francesas  de defensa de los derechos humanos denuncian tanto a Arabia Saudí como a Irán. París se rinde ante el primero y corteja ahora de nuevo, y en urgencia, al segundo. Cuando se critica a los regímenes citados, el gobierno francés hace oídos sordos.

El gobierno de François Hollande solo aplica los supuestos criterios morales cuando se trata de comerciar con Rusia. Con la justificación del conflicto en Ucrania, París renuncia definitivamente a vender a Moscú los dos portahelicópetors Mistral fabricados en astilleros franceses. Ciertos líderes políticos de la oposición, intelectuales y comentaristas políticos subrayan la paradoja. Francia no pone pegas a hacer negocios con regímenes considerados dictaduras  y utiliza como signo de diplomacia moral su rechazo a cumplir el acuerdo de venta de los Mistral a Rusia.

Al mismo tiempo que Fabius iniciaba el acercameinto al régimen iraní en Teherán, el rey Salman, de Arabia Saudí, preparaba sus vacaciones en Francia. Una playa de la localidad de Vallauris, en la Riviera, estaba siendo privatizada y prohibida al público. Además, se estaban efectuando obras ilegales para acondcionar el lugar a los desesos del monarca. En otra exigencia de su majestad a la Repúbica francesa, ninguna mujer policía debía formar parte de la seguridad en la zona donde Salman y su sequito de 500 personas va a pasar su descanso.

Las leyes de la Repúbica se adaptan a los deseos de los visitantes adinerados. Como su diplomacia.


Fuente: Sputnik